Esta semana, buscamos los motivos por los que la ciencia ya no atrae a los jóvenes estudiantes universitarios ¿Es sólo consecuencia del pésimo sistema educativo o existen causas más profundas y complejas?
Corre el año 1987 en España (y en algunos otros países aunque no en todos). Se respira un turbulento aire de insegura prosperidad y desconfiado optimismo. En algún plató de televisión, un engominado presentador pregunta a un chaval de veintitantos: "Por diez mil pesetas, cite cinco sinónimos de juventud en menos de 10 segundos. El tiempo comienza...¡Ya!". "A ver...rebeldía, eh...idealismo, inconformismo, este...vitalidad...y...ilusión".
Corre el año 2008 en España (y en algunos otros países van ya por el 3042). Se respira un aire denso y estancado de desganada indiferencia y triste mediocridad. En algún plató de televisión, un presentador sin pantalones pregunta a un chaval de veintitantos: "Por 60 euros, dime cinco sinónimos de juventud en menos de 10 minutos. El tiempo comienza...¡Ya!". "No me jodas tío ¿Por 60 euros? Por 60 euros no te digo ni la hora, macho".
¿Notan la sutil diferencia? Sólo han pasado 20 años. Y además, han sido 20 años bastante sosos. No hemos sufrido el invierno nuclear de ninguna posguerra atómica, ni hemos sido víctimas de ninguna catástrofe natural de titánicas proporciones que justifique un cambio tan desastroso como este ¿Qué ha pasado entonces? ¿Es culpa de las chapuceras reformas educativas?¿De internet?¿De las drogas? ¿De la telebasura?¿Del efecto 2000?¿De la piratería?¿O es porque los jóvenes de hoy día somos una manada de vagos?
El que la juventud haya dejado de ser joven es demasiado grave como para achacarlo a una única causa. Pero es inevitable teniendo en cuenta el momento que nos ha tocado vivir. En otra época estudiar una carrera universitaria garantizaba, con algo de esfuerzo, un brillante futuro. Por eso, las presiones en ese sentido (tanto por ambiciones personales como familiares) eran enormes y las aulas de las facultades se abarrotaban de alumnos sedientos de conocimiento (especialmente las de ciencias). Hoy en día, sabemos de sobra que, independientemente de lo intachable del expediente de un licenciado universitario, cobrará menos de la mitad de lo que cobra cualquier fontanero y la indiferencia más absoluta dominan tanto en lo personal como en lo familiar. Ya no existe la ambición académica. Por este motivo, las aulas se van quedando desiertas (especialmente las de ciencias).
¿Para qué intentarlo si, de todas formas, no vamos a llegar a nada en la vida? ¿Merece la pena romperse el culo estudiando y esforzándose para acabar luego cobrando una miseria y endeudado hasta las orejas al más puro estilo español?¿Sirve de algo emigrar al extranjero en busca de mejores oportunidades si sabemos que el pésimo nivel educativo en España hace que ninguno de nuestros científicos recién salidos del horno sea equiparable a, por ejemplo, los de los países nórdicos? Estas y otras preguntas similares terminan por evaporar hasta la última gota de juventud que pueda fluir por las venas del universitario standard, borrando de su mente todo deseo de convertrise en físico, biólogo o matemático. Su sueño más romántico es ahora un puesto administrativo bien remunerado y si puede ser de funcionario del Estado, mejor que mejor. Y las causas las hallamos en el propio patrón con el que está cortada la sociedad y algo tan profundamente arraigado no se puede erradicar por las buenas con reformas concretas y a corto plazo por mucho que nos duela admitirlo. El alcohólico sopor intelectual en que la juventud española se halla sumida puede que sea ya irreversible.
Y mientras, los pocos dinosaurios a los que nos importa un pito la estabilidad, la prosperidad económica o el estatus social, seguimos soñando despiertos. Sólo podemos contentarnos con pensar que en la España de antes no seríamos ingenuos sino idealistas ni pecaríamos de ilusos sino que viviríamos ilusionados. Y, ¿quién sabe? Tal vez me equivoque. Puede que con el paso del tiempo se inviertan las tendencias y que algún día vuelva a molar ser joven a los veinte.
viernes, 29 de febrero de 2008
Yo antes molaba
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Sección: Editorial
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