sábado, 5 de abril de 2008

El orgullo de ser un ignorante

Tras una pausa de dos semanas, volvemos a la carga, esta vez analizando el porqué del completo analfabetismo científico del gran público ¿Hasta qué punto la prensa ordinaria y otros medios de comunicación son responsables de que todo lo científico quede automáticamente excluido de lo que comúnmente se conoce como cultura general?

Aunque la era de los grandes matemáticos hace ya mucho que terminó, no todos los grandes problemas han sido resueltos, ni mucho menos. Algunos han conseguido sobrevivir intactos a las furiosas embestidas de las cornamentas más ilustres que ha dado la historia. Y a pesar de todo, de cuando en cuando, un iluminado pequeño matemático anónimo de hoy, consigue desvelar los entresijos de uno de estos enigmas (a menudo con la ayuda de un potente ordenador), despertando quizás cierto interés indiferente.

Atrás queda la época en que se premiaba a quien lo consiguiese con millonarias recompensas y fama mundial. Hoy en día, en cambio, tras recibir la felicitación de sus colegas y conocidos y alguna que otra mención honorífica dentro de los círculos académicos, nuestro pequeño matemático seguiría viviendo en el anonimato. O incluso puede que fuese injustamente condenado a la infamia. Aunque la posibilidad es remota, podría darse la casualidad de que la publicación de sus resultados coincidiesen con una escasez generalizada de descubrimientos morbosos sobre aberraciones del reino animal, insólitas elucubraciones histórico-religiosas o conmovedores testimonios de encuentros en la tercera fase. En ese caso, no tardaría en recibir la molesta llamada de una de las criaturas más despreciables y peligrosas de las que habitan sobre la tierra: un periodista. En ese caso, es muy probable que nuestro inconsciente matemático, acostumbrado al gris anonimato ante el gran público se dejase cegar por la promesa de fama y la popularidad y aceptase concertar una entrevista ¡Pobre insensato!

A la hora convenida y tras intercambiar las fórmulas de cortesía rituales se pondrían manos a la obra. Nuestro sufrido protagonista comenzaría a soltar entonces un estudiado discurso milimétricamente diseñado para explicar los elementos fundamentales de su trabajo y los precedentes más relevantes en un lenguaje claro y asequible, e incluso didáctico. Apenas mediado el primer párrafo de su intervención sería brutalmente interrumpido por su sonriente interlocutor. "Disculpe, doctor, pero verá, es que soy un lego en la materia" su sonrisa se haría entonces aún más amplia, como si estuviese satisfecho con lo que acababa de decir "¿Podría explicarlo de forma más sencilla?". En apenas un par de segundos, decenas de furiosos pensamientos pasarían por la cabeza de nuestro pequeño matemático, pero lograría recomponerse. Probaría a volver a empezar con su discurso pero eliminando esta vez todas las palabras que sonasen mínimamente técnicas. Cualquiera dispuesto a escuchar lo entendería. Seguro. Tras un pesado suspiro comenzaría de nuevo, mirando nerviosamente el reloj. Empezaría a tener la sensación de que perdía el tiempo. Unas líneas más adelante en su disertación, una nueva interrupción. "Sigo sin entender nada".

Tras dos horas, las abnegadas explicaciones dignas de parvulario habrían acabado dejando paso otros recursos didácticos como la mímica o las funciones de títeres. Incluso la infinita paciencia de un matemático estaría a punto de agotarse. "Lamento interrumpir de nuevo, pero me parece que me habla en chino, para romper el hielo, ¿qué tal si me habla de su currículum? ¿Quién es usted?". ¿Es posible que un profesional de la palabra escrita no sólo se niegue a escuchar una explicación por la que cualquier estudiante pagaría millones (si los tuviera), sino que no se hubiese documentado mínimamente antes de acudir a la cita? El artículo publicado a la mañana siguiente, bajo un encabezamiento pirotécnico, escondería un 95% de alusiones biográficas y alguna que otra fugaz, y en cualquier caso incorrecta, referencia al trabajo en cuestión, lo cual no sólo acabaría con la moral y la reputación de nuestro desdichado héroe sino que congregaría a cientos de paparazzi a la puerta de su casa.

A la luz del contenido y la calidad de los artículos de las columnas científicas de la inmensa mayoría de diarios (tanto impresos como digitales), informativos televisados y programas de radio, no es de extrañar en absoluto que el gran público esté lamentablemente desinformado sobre los últimos avances en ciencia y tecnología. Lo poco que se logra sacar en limpio entre las toneladas de información irrelevante y los miles de faltas de ortografía es una colección de incoherencias y disparates que sonrojan a más de uno. Este hecho sumado a los muchos factores adversos que imperan en la sociedad actual, logran desconectar por completo la ciencia de la cultura. Es socialmente inaceptable que un joven español escolarizado no sepa recitar la lista de las preposiciones propias o el año de la publicación del Quijote y sí que se tolera en cambio que no sepa decir en términos vastos y cualitativos (en una sencilla frase) en qué consiste el principio de Relatividad o que desconozca el año de publicación de los Principia de Newton. "Es que soy de letras. No tengo por qué saberlo". Con esta pobre mentalidad de borrego, millones de personas viven con altivez el indescriptible orgullo de ser un ignorante.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy buen artículo. Nunca había escuchado (o mas bien leído) un adjetivo tan acertado para mi propia opinion sobre un periodista: despreciable.

~el negro

Jaime dijo...

Pobres periodistas, ¿no? En la facultad no les eseñan nada (o casi) de ciencia, aunque vayan a ser periodistas científicos. Se creen que un periodista sirve para cualquier noticia y no es así. Deberían estudiar y especializarse más antes de ponerse a hablar sobre algo. De esta forma ganarían prestigio y el respeto de la sociedad en la que juegan un papel imprescindible, el de comunicadores. Si este papel se juega mal la sociedad decae en lo que venimos criticando en los últimos artículos de opinión.

La Pantera Rosa dijo...

Como siempre, la serenidad de Jimmy, compensa mis temperamentales observaciones... Cierto que la formación deficiente generalizada (al igual que otros muchos factores) no sólo pesan sobre el público sino también sobre los informadores. También hay muy notables excepciones. Algunos periodistas son conscientes de la enorme responsabilidad que recae sobre ellos y tratan de informar de la mejor forma posible. Pero estas excepciones representan un minúsculo porcentaje entre miles de profesionales que se ganan la vida escribiendo sobre cosas que no comprenden (ni pretenden que nadie más comprenda). Hablo con conocimento de causa por los cientos de artículos que leo cada mes para abastecer de noticias este blog.

Alviseni dijo...

siempre lo he pensado: este es un sitio muy interesante y entretenido. es una lástima que a la persona promedio no le interese mucho la ciencia.

os tengo que recomendar.