lunes, 17 de marzo de 2008

Revolcándose en la mierda

Esta semana hablamos de esa telebasura pseudocientífica sobrenatural y supersticiosa tan de moda hoy en día y sobre sus desastrosos efectos en los enclenques y desnutridos cerebros de los españoles. Advertimos que este editorial es inusualmente crudo (que ya es decir). Tómenlo con calma.

Las primeras señales suelen aparecer en la radio. Son anuncios relámpago de apenas unos segundos con majestuosa música orquestal, rematados con por voz profunda y distorsionada que proclama solemnemente: "¡Faltan siete días...!". La sorpresa inicial se va convirtiendo en intriga y la intriga en interés al calor de un incesante bombardeo con la misma frase en cada pausa publicitaria en todas las emisoras locales.

Al día siguiente, las calles amanecen empapeladas con apocalípticos carteles que gritan slogans como "¡El gran día se acerca!". Entonces, la siniestra campaña pasa a ser el tema estrella de conversación en bares y tascas. "Desde luego, ya no saben qué inventar para vender...". "Sí, cualquier cosa con tal de llamar la atenc...". "¡Calla, que lo ponen otra vez en la radio!". Un silencio sepulcral se apodera de la barra. "Faltan seis días...".
Los mensajes se suceden sin descanso. Aparecen en todas partes: en la prensa, en la televisión, en la predicción meteorológica, impresos en el papel higiénico.
"¡Mañana es el gran día!". La gente aprovecha para acudir en masa a los confesionarios de sus parroquias (por si acaso) y reserva su muda de ropa interior más elegante para vestir llegado el momento decisivo. Al caer la tarde, se encienden unos majestuosos focos apuntando al cielo que congregan de inmediato a una multitud histérica y ojerosa. "¡Por fin ha llegado el momento que todos estaban esperando!" anuncia una voz a través de un potente equipo de megafonía "¡Hoy inauguramos este descomunal y gigantesco nuevo centro comercial!" El eco de estas últimas palabras se funden con el furor una marabunta de consumidores ansiosos de productos de marca a precios únicos que pisan, muerden, empujan y dan codazos hasta no haber vaciado del todo sus carteras.

Y pese a la expectación inicial, pasados dos meses, la gente pasea por los interminables pasillos de tiendas con cierta indiferencia más por matar el rato que por necesidad de comprar. Tal vez por ese motivo, la directiva suele instalar exposiciones junto a la entrada de vez en cuando, para usar la cultura como reclamo comercial. Esculturas hechas de Lego, bodegones bordados en punto de cruz, catas de vino de mesa, maquetas de barcos y avioncitos a escala..., lo que se dice una oferta selecta. Sin embargo, ni tan audaces iniciativas logran aumentar el interés de la gente.

Un buen día, por desgracia, tuve ocasión de ver cómo después de estrujarse las neuronas con saña, la directiva de un centro comercial como estos dio con la fórmula perfecta para atraer al público. Nada más entrar, me encontré con increíbles colas frente a unas extrañas carpas bajo un cartel que reza "XIII Encuentro de videncia y ciencias ocultas". Y no se trataba de colas de harapientos barbudos de miradas perdidas y vidriosas, como en principio cabría esperar, sino de cientos de personas de todas las edades y condiciones que con seguridad habían recibido formación secundaria e incluso muchos de ellos, formación universitaria superior. Jóvenes y viejos. Familias enteras. Todos aguardando su turno para que les echaran las cartas. Pocas imágenes hay tan descorazonadoras y a la vez tan características de la realidad intelectual de la España de principios del siglo XXI.

La superstición no está limitada a los restos de una España rural e iletrada que vivió tiempos difíciles y oscuros sino que forma parte de la vida de la juventud. Una juventud totalmente escolarizada y criada en la era de la información en un país europeo plenamente desarrollado, moderno y aconfesional. Entonces, ¿cómo es posible que parte de esta juventud oriente sus camas hacia el norte para recibir energías positivas, frieguen los suelos con cerveza para atraer la buena suerte, guarden amuletos mágicos, lean a diario su horóscopo, teman derramar sal, romper espejos, al número 13 y a los gatos negros? Hablo de personas con graduado escolar, de bachilleres, de diplomados, de ingenieros, de arquitectos y de licenciados.

La explicación más plausible para esta hecatombe cultural es la mella de la sugestión mediática en los reblandecidos sesos ibéricos. La televisión de hoy es puro morbo. Ya ni siquiera se respetan los telediarios cargándolos detalladas crónicas de masacres familiares con abundantes imágenes macabras de manchurrones de sangre en la escena del crimen y de familiares y amigos conmocionados llorando impotentes. Es tal la insensibilidad generalizada que hay que llegar a los niveles más extremos de crudeza para conmover o para saciar nuestro malsano apetito por lo desagradable. Tan intenso llega a volverse, que la realidad no es suficiente y es preciso ir más allá. Así, las parrillas de todas las cadenas van incorporando gradualmente basura sensacionalista paranormal al más puro estilo americano que la gente no sólo sigue fielmente sino que llega a tomar en serio. Y eso supone un increíble retroceso cultural que nos coloca en una situación mucho más que lamentable. Los españoles no sólo padecen una educación deficiente sino que abrazan la vulgaridad mística y supersticiosa estadounidense con una alegría y una facilidad indecentes.

En una ocasión leí en alguna parte que las cadenas de televisión decían no tener responsabilidad alguna de la involución social puesto que ellas sólo ofrecen lo que la gente pide, en busca de elevados índices de audiencia y me pregunto hasta qué punto esto será cierto ¿Realmente les gusta a los cerdos vivir rodeados de desperdicios? ¿Si se les diese la oportunidad de elegir, elegirían vivir así?
¿No es cierto que puede influirse positivamente en la gente a través de la televisión? ¿No es cierto que con un entorno adecuado pueden condicionarse los gustos y preferencias de la masa en la dirección de lo que se llama moda? ¿No es cierto que la vulgaridad descerebrada está de moda? ¿No es cierto que poder de sugestión en manos de la industria audiovisual y de la información debería administrarse con mucho tacto? ¿No es cierto que ese poder es enorme?

Lo único realmente cierto es que la forma más rápida y rentable de alimentar los intereses económicos de las grandes cadenas no pasa por tener estas consideraciones morales. Se limitan a servir generosas raciones de inmundicia y a observar complacidos cómo se inflan sus beneficios al tiempo que millones de personas disfrutan y guarrean como cerdos revolcándose en la mierda.

1 comentario:

La Pantera Rosa dijo...

Todo esto me trae a la memoria una canción muy divertida de los Beatles (White Album vol. 1) titulada "Piggies". Escúchenla si tienen ocasión. Guarda cierta relación con nuestro corrosivo y políticamente incorrectísimo artículo de opinión de esta semana.